Pasan por contar con el título de ser la revolución de la industria del cine. Quizás no sea para tanto, pero es cierto que el aterrizaje del dron en el mundo del cine está suponiendo un revulsivo interesante para que esas magníficas escenas aéreas no sean, únicamente, cosa de las grandes productoras.

 

Porque no cabe duda de que su presencia y utilización en un rodaje de cine abarata enormemente los costes si lo comparamos con un helicóptero. Algo que, hasta ahora, era inasumible en muchas producciones y buen motivo para tener que renunciar a sentir de manera completa una película. Sin embargo, el coste del dron facilita enormemente poder contar con imágenes aéreas a bajo coste. No solo porque el precio de los dispositivos es asumible para una producción audiovisual sino, también, porque no precisa mucho despliegue logístico para ser usado: tan solo un poco de pulso y un control remoto.

Añadido, el pequeño formato del dron lo convierte en un amigo íntimo de los planos imposibles. Y decimos planos imposibles porque su tamaño lo convierte en esos ojos que ven (y graban) en lugares inaccesibles para un equipo de rodaje (por modesto y entrenado que pueda estar).

Sin embargo y a pesar de sus ventajas, todavía queda mucho para que el dron sea un firme postulante como equipo del mundo de la producción audiovisual. A diferencia de las cámaras convencionales, a las del dron les queda mucho por andar fundamentalmente en un aspecto vital para la producción de cine: la capacidad de modificar, durante el rodaje en vuelo, parámetros y aspectos necesarios para que el resultado de la película sea el deseado. Básicamente, porque la cámara de cine se deja en su mínima expresión para hacer que el vuelo sea ligero. Un aspecto que, sin duda, es inconveniente en realidad junto con los otros dos grandes enemigos del dron: la lluvia y el viento.

Queda mucho por andar y por volar hasta que las prestaciones del dron den por completo con la precisión que necesita la producción audiovisual. Pero está claro que el dron no ha hecho más que despegar.

Imagen | Diriye Amey